Vos apareciste de la nada, y en una eternidad efímera me rebosaste de tu esencia, me llevaste a amarte y cuando sentí que estábamos existiendo, volvimos al vacío.

Como partículas violando la ley de conservación de la energía, aparecimos por un espacio de tiempo tan pequeño como para que la incertidumbre nos superara, no sin antes dejarnos crecer en momentos sublimes, caricias celestiales, besos encantadores y palabras deliciosas. Compartir la vida con vos, mientras nuestro momento espontáneo crecía, me llevó a entenderla, a quererla y a vivirla, con todos sus matices y con tu perspectiva iluminándola, mientras yo, absorta, admiraba cómo brillaban de lindo sus colores. Pero todos somos parte de este vacío y la energía que nos domina nos obliga a movernos, porque tenemos que llegar a algún lugar, aunque nadie nunca sepa cuál es o la razón por la que hay que hacerlo, y fue en ese trayecto en el que volvimos al punto cero, donde nos disipamos, desechando el "nosotros".
No quiero entender el vacío de otra forma, porque no vas a ser vos quien me lo explique y porque sólo puedo pensar en ese que no he dejado de sentir cuando me despierto por las noches y está ahí, pesándome en el pecho, sin dejarme respirar o volver a dormir. Y es que de todas formas dormir no tiene gracia si en mis sueños estás vos yéndote, eligiendo no volver o no llegando nunca, porque a pesar de que los días estén brillando, la noche siempre llega para recordarme que no estás, y entonces me veo volviendo sola a la incertidumbre; a no ser después de haber sido.
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