Un cadáver exquisito!
-Pensé, mientras en la televisión miré gente morir por el virus y yo con dolor de garganta- Después recordé que la noche anterior me había terminado una cajetilla de cigarrillos solo. Seguramente pasaría y de nuevo sólo quedaría la ansiedad, porque ver pasar los días en el encierro ha sido como perder la carrera contra la muerte y solo esperas, en tu encierro, que golpee tu puerta para cobrar su premio.
Entonces algo me sacó de mis cavilaciones. Un golpe seco llegó a mis oídos e instintivamente busqué de dónde provenía.
La puerta que da a la calle estaba abierta, como si quisiera que lo vieran entrar, parecía el mismísimo diablo y entonces escuché unos gritos en el último cuarto...
Preso del creciente pánico dudé por un instante sobre si debía acercarme e indagar qué estaba ocurriendo en la habitación, el suficiente para caer en cuenta de que esa tarde me encontraba solo. No podía razonar con claridad, mi respiración se agitaba, intenté darle una explicación lógica a lo sucedido, le eché la culpa a mis sentidos junto con los episodios de esquizofrenia, pero muy en el fondo sabía que era real, no era la imaginación ni algo parecido. Algo estaba pasando en ese preciso instante.
Con temor y tal vez temblando un poco, tomé un sorbo de aire y me desplace a lo largo del pasillo. Mientras caminaba sentía la necesidad de regresar, tal vez me arrepintiera, pero desde que perdí todo lo que alguna vez amé, nada sería lo suficientemente agobiante como para derrumbarme.Un olor nauseabundo se apoderó del espacio y mi mente reproducía una y otra vez esas películas de terror dónde le hablas al televisor diciendo; no lo hagas, hay alguien ahí.
Cuando entré le encontré de espaldas y casi no se percató de mi presencia, estaba ensimismado observando por la ventana. En su mano derecha tenía sangre, al parecer el estruendo que escuché tuvo algo que ver, pero no lograba determinar si la sangre provenía de una herida suya, o si era de alguien más.
Fue entonces cuando noté un rastro de sangre en la pared, era un hilo rojo que escurría por toda la habitación cada vez más abundante. Lo seguí con la mirada hasta su origen, cuando lo ví, no lo pude creer...
Había un cuerpo, al parecer inconsciente. La sangre provenía de su torso, gracias a una puñalada que recibió directo en donde supongo se ubica el corazón. El golpe seco que oí fue la única puñalada que bastó para derrumbarlo.
Pero eso no fue lo más macabro de la escena, lo que vi después me dejó petrificado.
El cuerpo era mío.
Yo estaba ahí, apuñalado e inconsciente.
Definitivamente no quería estar ahí, intenté buscar la salida, pero ya no estaba, no había puerta en esa habitación y nunca la hubo, no sé cómo entré y ahora, no podía salir. Agarré el crucifijo de madera que colgaba sobre mi pecho, me armé de valor y le grité ¡Qué quiere de mi! Mientras por dentro rezaba el credo apostólico, cuando mi sistema nervioso colapsaba rogando que solo fuera un mal sueño, lo ví voltearse muy despacio, sus ojos me seguían ardiendo en llamas y su cara tomaba diferentes formas que no eran humanas.
Tuve que esforzarme por hacer uso de la poca valentía que me quedaba, fijé mi mirada en sus ojos candentes y sentí que el alma dejaba de pertenecerme; casi pude sentir incluso que me estaba deshaciendo. No quería aceptar que este debía ser mi final, quise luchar pero la debilidad no me lo permitía, ni siquiera sabía si estaba realmente vivo o solo resistiendo a lo inevitable.
Fue entonces cuando cerré mis ojos para evitar que me arrancara el alma, o al menos, no verlo cuando lo hiciera. Me sentí en caída libre directo al mundo de los sentidos, por un pozo oscuro e infinito, con miles de voces susurrándome reproches al oído, pude ver la felicidad, la tristeza y el odio en su esencia pura, tenía la libertad de pintar el destino a mi manera, comprendí que era mi única ruta de escape, pero siempre estuvo ahí, en cada segundo de mi vida, eso que tanto temía, la muerte, quien acarició mis mejillas desde mi primer respiro en aquel centro de salud de la provincia del Cerro de Pacandé.
Tantas veces pensé en la muerte y en cómo sería cuando llegara su momento, hasta que por fin ahí estaba. Hace mucho no sentía emoción real por algo, por lo que estaba acostumbrado a no sentirme alterado, pero la calma de ese instante era diferente a cualquier emoción humana.
Ni siquiera puedo describir cómo me sentía, lo cierto es que me encontraba atónito con esta sensación nunca antes experimentada. Sin embargo, rápidamente me di cuenta de que esta suerte de sosiego me duraría poco.
Era mi final y apenas me estaba dando cuenta que había llegado ese el final de la existencia como un baldado de agua fría, ahí se ve, como la meta de una maratón, donde se acababa la vida, la suerte del bien y el mal me acogía como peleándose un alma más, pero tampoco es así como lo cuentan las religiones, el infierno no está lleno de demonios ni de candela y el cielo no es una nube esponjosa en la que vives cómodamente junto a personas agradables y momentos de suma felicidad.La muerte era todo eso y a la vez la nada. Porque mi consciencia seguía ahí, pero todas las medidas de tiempo o espacio se habían difuminado. Ahora me cuestionaba incluso mi existencia, ¿qué era? ¿Qué iba a pasar conmigo?
Me fui caminando entre almas que suplicaban. No hablaban, pero atesaban mi mente esperando una ofrenda, sentí el rigor de la muerte en cada una. Estaba en un mundo paralelo donde no había sol, ni luna, ni ruidos, ni nada, solo estaba yo y ya ni siquiera sabía si era yo.
Me adentré un poco más y me encontré con un elementos similar a un espejo, pero en el no podía ver mi reflejo, por lo que no pude saber cuál era la forma que había tomado, si es que tenía una. En cambio, en el espejo se reflejaban imágenes que parecían más sensaciones, me transmitían calma e intranquilidad, felicidad y dolor, amor y odio, junto con muchas otras que no logré identificar. Quería entender qué era lo que estaba presenciando y me vi en una espiral en la que me sentí atrapado.
Después de seguir hundido en un mar de sensaciones, seguí buscando respuestas, no podía dejar que mi mente siguiera degradando esa realidad que algún día viví. Llegué a una plaza grande, donde había un campanario que podría responderme muchas preguntas. El ambiente estaba denso me sentía como en un bosque pantanoso con lianas que se descolgaban de los árboles cerrando mi paso, brotaron lápidas y cruces del suelo como si fuera el campo de batalla de los condenados, una presión en el pecho me desplomó por unos segundos, no puedo juzgar por sus actos pero sabía que las almas que me acompañaban en ese momento, no eran amigables, ni mucho menos entes de luz.
Por fin pude sentir algo más que desconcierto: sentí miedo. Las almas estaban cada vez más cerca de mí y el desconocimiento de sus intenciones me erizaba la piel. Así que me acerqué al campanario, no me sentía más seguro ahí, pero al parecer no estaba en ese lugar para estar tranquilo...
Abrí las puertas del salón, había un camino de velas negras encendidas por toda la mitad y divisé al fondo un cráneo dentro de un círculo de sangre, había un olor fuerte y mientras llegaba hasta el cráneo las llamas de las velas estaban inquietas como si una presencia las avivara. Por fin llegué al fondo y ví un escapulario quemándose y un crucifijo partido, ¿Qué estaban haciendo ahí? Las velas se apagaron de golpe y las ventanas se rompieron, intenté regresar a la puerta pero una fuerza me golpeó contra la pared, el suelo se abrió y empezaron a salir garras atrapando mis pies, mis manos se abrieron formando una cruz mientras una sustancia negra entraba por mi boca, quedé inconsciente al instante.
Cuando desperté varias figuras deformes, que percibía más como sombras, me tenían rodeado. Estaban en silencio y fue con mucho esfuerzo que logré notarlas, porque eran casi imperceptibles. Yo seguía formando una cruz con mi cuerpo y lo que al principio parecía mi muerte, empezó a verse más como un sacrificio.
Y esta vez yo no era un espectador.
Me fijé en mi mano derecha y tenía un cuchillo color plata, pero me faltaba fuerza para siquiera poder levantar la mano. Cuando me percaté de esto, las intenciones de lo que sea que me tuviera ahí se hicieron más difusas.
Me sentía mal, estaba mareado y con una temperatura corporal que me hinchaba los labios y me sangraba la nariz, mi garganta empezó a deformarse con movimientos bruscos y agitados, sentía un animal atrapado en mi tórax que me rasgaba las entrañas. Desesperado y con un dolor interminable, empecé a apuñalarme sin control, la sangre se esparcía por el lugar, mientras con mis ojos más brillantes que nunca reflejaba como entraba y salía ese cuchillo de mi cuerpo, todo sucedía como en cámara lenta. Mi mente no alcanzaba a procesar lo que pasaba, no sabía de dónde salía tanta fuerza para traspasar mi torso y como un subfusil con una cadencia de tiro demencial sentía cada puñalada desmembrando mi cuerpo, hasta que empecé a vomitar litros de sangre, de mis oídos y de mis ojos solo podía ver salir gotas de sangre. Entonces alcancé a ver cuando el cuchillo se dirigía a mi cabeza como la puñalada final, de esas que dan piedad y me desperté...
Ahí me di cuenta de que no había sido yo quien sufrió las puñaladas, mi hermano gemelo estaba tendido en el suelo, lleno de la sangre que creí haber derramado. Siempre sentí que me robaba lo que yo era y resultó que el trastorno de personalidad múltiple terminó haciendo lo que por tanto tiempo contuvo; las alucinaciones me cegaron como nunca y desde eso no las pude volver a contener. Reaccioné a lo que acababa de ocurrir mientras escuchaba las sirenas acercarse a mi edificio y ya sabía que me esperaban otros cuantos años en el psiquiátrico, del que había huido con ayuda de aquel a quien acababa de quitarle la vida.
La muerte… esa esfera frágil, casi propia, casi nula, casi rota, pero que al final guarda el secreto místico de la memoria encarnada, de un olvido simple, del desierto extraviado en los confines de lo inexistente. Sólo podía mirar que sus sueños muertos como amuletos malditos, se colaban en lo que me convertí desde que salí del cuarto para averiguar ese ruido, ya nada importaba. La policía entró, me esposaron y salí por la puerta grande cual delincuente más buscado, me llevaron ante un juez y el dictamen pericial psiquiátrico era contundente, ni las cabras podían estar tan enfermas y locas como yo. El destino estaba escrito alistaban mi salida al peor lugar de la tierra que jamás existió, prefería morir que volver al manicomio, es el infierno de los vivos, su puerta es un punto fronterizo donde no existen derechos, te conviertes en el estorbo de los mortales y en el festín de los mil demonios, pero lo peor de todo, es vivir entre locos con pinceladas de consciencia.
Sergio y yo.
Comentarios
Publicar un comentario