Marte

Nos acostamos en la cama, vos sin camisa y yo totalmente cubierta.

Me abrazaste, besaste mi mejilla y empezaste a relatar los ires y venires de tu vida, tus fortunas e infortunios, la espiral que te llevo al fondo y a renacer. Yo te escuché, te comprendí y cuando llegó mi turno hice lo propio: me desnudé ante vos. Te dejé saber todo lo que pasaba por mi mente, todo lo que me agobiaba en el pasado y en el presente, mis más profundos defectos, mis miedos más latentes, y vos también me escuchaste, me miraste fijamente y entendiste a qué me refería con todo eso.

Durante un relato que me producía desasosiego, me hiciste sentir acogida y tranquila.

Hicimos el amor, ¿no te das cuenta? Tal vez tus labios no se encontraron con los míos, ni nuestros cuerpos se rozaron desnudos, pero ahí estábamos los dos; más expuestos que nunca, vulnerables e indefensos. Mis pensamientos rozaron tus ideas, tu mirada penetró mis anhelos, con palabras danzamos estáticos en el silencio de la habitación, mientras la madrugada nos recibía con el frío y la nostalgia que le es propia.

A la mañana siguiente, cuando me desperté, sentí tus brazos a mi al rededor y no había necesidad de besarte o mirarte a los ojos, vos ya me conocías más que cualquier persona que haya pasado por mi vida.

Entonces nos vestimos, con los atuendos que tanto nos lucen frente a otros y nos despedimos como un par de amigos que tal vez no se vuelvan a ver en un largo tiempo.



Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten y, así progresivamente, van volviendo a ser lo que no son.
JC

Comentarios

Entradas populares de este blog

Con permiso

Historia impropia

Dudas existenciales