Desvarío

Estaba de noche y lo único en lo que pensaba era en cómo seguir las formalidades de la ocasión: saludar a los conocidos, presentarme con los nunca vistos, ayudar en lo que se necesitara... llegaron unas cuantas personas. Todo se dio acorde al plan, no hubo contratiempos de ningún tipo. Posteriormente, sin poder percibirlo, estaba afuera de la casa de mi vecino. No vi llegar a Juan Camilo, quien me dijo que lo esperara mientras iba a cambiarse. Yo me quedé afuera y, al voltear mi cabeza, ví cómo un sujeto de gafas y cara desconocida, abría (o cerraba) la puerta de un spark blanco, que reconocí de inmediato.

Lo primero que hice fue gritarle, mientras corría hacia él, pero logró huir y sólo pude ver cómo se volteaba, sacando su arma, para dispararme. Todo se sintió muy lento, incluso creo haber visto el trayecto de la bala y haber tenido tiempo de voltearme, para que impactara directamente en mi espalda, desplomándome de inmediato.

Estaba justo al frente de mi casa y sólo logré gritar algo imperceptible, pero creo haber visto a mi familia, en especial a mi mamá, asomándose con terror por la puerta y gritando a mi vecino médico por socorro. Sin embargo, nadie hacía nada y entonces me vi en la necesidad de arrastrarme hasta su casa. Una vez llegué y logré que saliera, ví cómo su cara se descomponía y quedaba en un shock tal, que no era capaz de moverse o decir palabra alguna. Yo estaba desesperada, el ardor en mi espalda era insoportable. Alguna vez me quemé la rodilla con el exosto de la moto de mi papá y este dolor me hacía recordar ese momento, pues se sentía como muchos exostos, a una temperatura muy alta, puestos sobre mí. Tampoco podía respirar profundamente, aunque sepa muy bien cómo hacerlo para detener la taquicardia, que se estaba apoderando de mí y me exaltaba como nunca. Yo no quería cerrar los ojos, aunque sintiera que se me iba la fuerza, porque mis ganas de no permitir que la realidad se me fuera de las manos eran mayores.

Hasta que por fin Germán, sin saber cómo cargarme, me montó en su carro y me llevó hasta un sitio que no reconocí, pero pude inferir que de ningún modo se trataba de un hospital. Era una especie de salón de eventos, en el que había un pequeño cuarto y yo sólo me acosté en él. Germán me decía que me tranquilizara y yo lo único que necesitaba era que detuvieran mi dolor y no me dejaran morir, pero sentía que nadie actuaba y el desespero aumentaba con rapidez. 
Al final me dejé ir y me di cuenta de que, con posterioridad al disparo y a que la bala impactara sobre mí, nunca estuve despierta, ni tuve oportunidad de vivir; la bala me privó desde el primer momento.
Me sentí desconcertada, aturdida, de repente ya nada era real y yo me desvanecía poco a poco... entonces desperté.

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