De historias bonitas.

Una gota. Micra acuifera que roza las papilas gustativas, deslizándose suavemente por entre las amigdalas, sobre el hioides, a través de la tráquea. Cae, apaciblemente llega, se fusiona con pepsinas y ácidos, 5 segundos y ya no hay gota. 

Una hoja. Órgano vegetativo que, de la nada, se desprende de su origen. Aprende a flotar en el aire y se llena de extásis mientras juguetea con el mismo, sintiendo cómo las nubes juguetonas la soplan y mecen. Se adormila. Siente tocar una superficie más tosca, se olvida de su momento de gloria y se sumerge en un profundo sueño.

La cuerda de una guitarra. Pedazo de acero desabrido masajeado por proteínas fibrosas, que rasgan su superficie y le hacen convulsionar, creando así melodías igual de desabridas. Convulsiona tanto que llega a su momento de climax, en el que siente cómo se deshace de sí misma, y queda reducida a dos pedazos de alambre con destino a la chatarra.

                                                                                                               El fin no es más que ilusorio. 

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